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jueves, 22 de marzo de 2012

La vida entre rejas


La vida,
coleguitas,
la vida a lo vasto,
no es eso que tenemos a mano.
La gente del barrio.

Los abuelos al sol,
los niños jugando.
Por eso en las dictaduras
hubo gente honrada,
aunque tambien miope y sorda,
que no fue consciente
de que había cárceles
e individuos
que no paseaban
por sus mismas calles
los sábados al mercado,
los domingos cocido
y paella y siesta.

Un día fui a despedir

a una amigo,
casi un padre,
que se marchaba
para no volver
y a la salida,
caía la noche de invierno,
en el autobús oruga
en el que yo este burguesíto
que os habla iba solo,
con mi congoja y mi sombrero,
se paró en un edificio oficial.
Un edificio con bandera
a la afueras del pueblo,
en el extraradio de
Navalcarnero.

Se abrieron las puertas

y penetraron los Chichos,
Sabina, Estopa
en un loro a todo trapo
y mujeres, mujeres,
más mujeres,
con la lencería barata,
de mercadillo gitano,
emergiendo de sus rebecas
de sus ajustados vaqueros.
con escotes impertinentes
entre los que colgaba
la virgen de los desamparados,
cualquier virgen ultrajada,
y sudor reciente.

Eran las mujeres

que salían del vis a vis
de la cárcel. 

De un pis pas,
de un chorrillo recalentado,
de un amor cronometrado
por funcionarios,
con su chorbo,
con su marido,
con su apaño,
con el padre de alguno
de sus hijos
con su chulo,
con su amor,
con su novio,
con el propio
o con el extraño.

Una decía que venía medio follá,

otra acusando a una prójima
de guarra por
"enseñar las tetas al funcionario"
con intenciones perversas
o mejoras de horario.
Olían a sobaco
y esperma,
hablaban en alagarabía
y miseria.
El autobús se llenó
de tristeza barata
-hay tristezas caras
como putas con carrera-
según se acercaba a Madrid,
a la sórdida y cotidiana rutina
del suburbio, el barreño,
la cañería del agua común
y las penas.

Empezaron a hablar de sus hijos,

del dinero que no llega,
de lo que queda de condena.
- a ellos, la de ellas es perpetua),
Había una coincidencia general:
todos sus hombres
eran inocentes.
La puñetera mala suerte.
O gente que les fue a buscar
y les encontraron.
Los que se comieron el "marrón".
Los mirlos de una partida
que ganan los truhanes.
El mal ángel.
El careto de culpables.

Me acordé

la otra mañana
viendo a un infante
ante el juez
e imaginé a una infanta
en el vis a vis
del calentón
en un cuarto tórrido
y miserable.
con las toallitas humedas,
con los Kleenex
y una miajita de farlopa
guardada en el tesorito
donde no llegan
las manos de la funcionaria.

La vida,

colegas,
la vida a lo vasto y con b,
no es eso que tenemos a mano,
la gente del barrio,
los abuelos al sol,
los niños jugando.
Y mucho menos los palacios,
los yates en Palma.
los salones privados
de los bancos.

La vida es una mujer

medio follá
esperando otra cita
para sevír de retrete
donde la pasión
se desborda
con angustia y tatuajes.
Y alguien que marca
los días para la condicional
para la calle,
y cuando cae la noche
zarandea con violencia
un fruto de la entrepierna
con el recuerdo
de una lenceria con prisas,
o la foto de interviú
pasando frío
en una celda
que huele a angustia
a ansiedad, hachís y lefa.


© Mariano Crespo Martínez


                         
          

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