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jueves, 8 de marzo de 2012

San Neurótico bendito...



Tenia 17 años y un amigo del alma, Antonio,
con un amistad profunda
de acné, confidencias y radio.
Llevábamos ambos una trenca,
un libro y una curiosidad de buho
por todo lo no permitido.
Nos gustaban los colores
y morábamos en el pais del gris oscuro.
Nos daban miedo las mujeres
con las que de noche soñábamos
sueños de seductor
tan febriles como imposibles.
LLovía en la Gran vía.
Dos butacas de cine
como dos pasajes de vuelo
de Moratalaz a Nueva YorK,
de Madrid al cielo.
Reir, reir, reir,
con una risa, gafotas, judia,
tan próxima y tan extranjera,
tan moderna, tan absurda, tan al día.
Volvimos al barrio caminando,
gesticulando, a sonoras carcajadas
rompiendo el silencio cíclope,
en otros ratos, serios,
sin parar de compartir la euforia
de un descubirmiento a medias
de una caída del caballo
como Saulos chiflados
derribados por un rayo.
Se llamaba Woody Allen el tipo de la cartelera.
Aquel día nos convertimos a su religión
y, aunque han pasado décadas,
somos apóstoles,
cada día más adeptos,
de San Néurotico bendito,
patrono de los desamores,
de la sonrisa y la media lágrima.
protector de los urbanitas
y de los desertores.
Se nos distingue por la calles
porque somos bajitos, miopes y feos.
Y aunque vayamos de incognito,
la mirada de desamparo
que nos acompaña por los paseos,
nos delata y nos reconocemos.


© Mariano Crespo Martínez

                


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