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martes, 19 de febrero de 2013

Qué se espera de un proyectil




Qué se espera
de nuestro comportamiento al cumplir ocho años.

Poco, apenas nada,
como la ausencia mortal que separa tu pecho de mi cara.


Los límites los pone una avalancha de miedo
disfrazada de prudencia
cuando los años trasforman la rosa de la experiencia
en las espinas de la valla del jardín de las delicias.


Amor mío,
yo también estoy sujeto a los límites.
No me pienso morir en este siglo.


Puede que me muera en el pasado siglo
de un tiro a la puerta de casa como John Lennon,
de un concurso oficial de tiro al blanco
como John Kennedy
o de una sobredosis
de margaritas como Janis Joplin,
de desamores como Marilyn,
de corcheas como Charlie Parker.


En este siglo no me muero,
lo siento
no me parece elegante
dejar a medias tantos proyectos.


Sería un cadáver fuera de tiempo
y de reproches repleto.


Voy a comprarme una pandereta.


Tengo que aprender a tocar la Marsellesa
(himno, no señora de Marsella)
y chino por correspondencia.

Seré el primer profesor de sardana
en Venus (no el monte, el planeta).


Necesito sacarme el carné de conducir por la izquierda
ahora que está proscrita la ética.


Apunto a la vida como solamente tiemblan
los hombres en la juventud de los cincuenta.
o esas mujeres de tres juventudes,
la de los hijos,
la de los nietos,
y esa ajena que es la propia.



Soy feliz.
Soy un viejo payaso
que ignora que ya tiene arrugas
la pelota roja que le cubre la nariz
y el sombrero tiene canas.


La felicidad , triste es decirlo,
se erige con ignorancias voluntarias.


Cuando la herida del conocimiento ya ha hecho cicatriz.



En esta etapa en que me da pereza tener pereza,
solemnemente me aburren
los posibilistas que leen páginas de bolsa
de espaldas a la flor del cerezo
y la aventura por venir de la presumida cereza.


Qué se espera
del comportamiento del hombre con fortuna
cuando cumple la edad de complacerse en tu belleza.

Tengo tanto proyectos que no soy una persona
soy un proyectil con dos piernas.


Qué se espera de un proyectil
que no sea seccionarte el corazón
o reventarte la cabeza.



© Mariano Crespo Martínez






                           

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